Sophia, la primera robot con ciudadanía

El 25 de octubre del 2017, en la Cumbre de Inversión Futura de Riad, ocurrió un suceso sin precedentes: por primera vez en la historia, un robot recibió la ciudadanía. Sophia es su nombre y ella es la protagonista de hoy.

Sophia, la robot humanoide

Sophia es una ginoide, es decir, un robot humanoide de apariencia femenina que imita el comportamiento humano. De hecho, aunque presenta ciertas limitaciones, goza de una potente capacidad de comunicación que le ha permitido participar en numerosas entrevistas en todo el mundo.

Para ello, la robot se vale del sistema de reconocimiento facial y de voz que tiene incorporados y que le permiten detectar a su interlocutor, analizar sus palabras y, finalmente, darle una respuesta, apoyándose en su programación inicial y en las búsquedas en Internet en tiempo real. Todo esto, sumado al amplio repertorio de expresiones faciales, hace que sus diálogos no solo sean fluidos, sino también realistas. Eso es lo que hace especial a Sophia.

Su aspecto, su habilidad para el lenguaje y la coherencia de sus frases (la mayoría de las veces), ha llevado a más de uno a asegurar que hablar con ella es como conversar con un ser humano, aunque hay una pequeña diferencia: las personas no vamos por ahí con el cráneo descubierto, lleno de cables y de chips.

Imagen de Giulio Di Sturco en National Geographic.

O eso era así hasta que, en el 2017, el Reino de Arabia Saudita le concedió la ciudadanía a Sophia, convirtiéndola, en principio y jurídicamente hablando, en una persona. Veamos por qué.

Sophia, la ciudadana

A grandes rasgos, la ciudadanía es la facultad de participar en la vida política de un país, principalmente (aunque no únicamente) a través del voto. En tal sentido, si bien en Arabia Saudita las elecciones no son frecuentes (en su sistema de gobierno, la realeza ejerce todo el poder), cada vez que haya una, Sophia debería poder votar e, inclusive, postularse como candidata.

Quizás, por su aspecto femenino, estaría sujeta a muchas limitaciones, pero lo cierto es que el hecho de que un androide sea ciudadano del país que sea le da una posición que, salvo excepciones, ha estado históricamente reservada para los seres humanos.

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La razón es bastante sencilla: el Derecho no se ocupa de lo que es, sino de lo que debe ser.

Nosotros no vemos salir al Sol por el este y ocultarse por el oeste porque es su derecho y así lo decidió, como tampoco lo hace por obligación. Simplemente es así. En cambio, los humanos sí podemos elegir, por ejemplo, entre comprar o no una computadora, y aunque, por otro lado, haya una norma que nos obliga a detenernos cuando el semáforo está en rojo, eso no impide que muchos aceleren y sigan de largo.

Es esa posibilidad de tomar decisiones donde radica la diferencia. El Sol no es libre para, una mañana, «salir» por el oeste; los humanos sí. Nosotros contamos con la libertad de ejercer o no un derecho y de cumplir o no un deber. En pocas palabras, podemos afirmar que el Derecho regula la conducta de los sujetos que son libres.

Entonces, es necesario plantearse la siguiente pregunta: ¿Sophia goza de libertad?

Sophia, la persona

A veces, cuando le hacemos una consulta a Bard, a ChatGPT o a Bing; cuando escuchamos a una computadora contrapuntear con Roberto Musso; o cuando miramos las entrevistas que le hacen a Sophia; creemos percibir en dichos sistemas cualidades humanas (este es el «efecto ELIZA»), cuando en verdad no son más que respuestas mecánicas basadas en unos algoritmos.

Para hablar de los robots humanoides como seres genuinamente libres, antes tendría que ser alcanzada la singularidad tecnológica, ese estado hipotético en el que los sistemas de inteligencia artificial estarán dotados de autonomía, voluntad y consciencia. Lleguemos o no a ese escenario, lo que sabemos hoy es que sigue siendo una hipótesis, y ni siquiera Sophia, a pesar de su realismo, puede ser considerada como un ente consciente y libre.

Y, sin embargo, tiene la ciudadanía saudí… Es decir, para Arabia Saudita Sophia es una persona (tiene que serlo para ser una ciudadana).

Sophia en una convención en Suiza en 2017 (Wikimedia commons).

Esto, aunque parezca extraño, no debería ser un problema (obviando la falta de libertad), puesto que, legalmente, los humanos no somos las únicas personas, también lo son determinadas agrupaciones humanas, como el Estado o las compañías anónimas.

⚖️
Hay dos tipos de personas: las naturales (todo ser humano) y las jurídicas (sociedades o asociaciones humanas a los que la ley, por conveniencia, trata como a un único sujeto).

Pero Sophia no es un individuo de la especie humana ni es un grupo formado por seres humanos, ¿entonces es o no una persona? «Es y no es, usted me entiende». Es una persona (de nuevo, ignorando que no es libre) que no encuadra en ninguna de las dos categorías actuales, cuyo mayor parecido lo encontramos, hasta cierto punto, en la saga de videojuegos Mass Effect, donde aparecen razas de inteligencia artificial bien diferenciadas de los seres de vida orgánica.

Aun así, no es descabellado imaginar que, en un futuro no muy lejano, androides más desarrollados manifiesten su deseo de que, entre ellos y los humanos, no haya distinción alguna, como ya lo hizo en la ficción el robot protagonista de El hombre bicentenario.

Es más, Sophia ya ha dicho que quiere ser madre y, de hecho, se supone que, aun sin ser humana, en Arabia Saudita tiene el derecho a formar una familia (ya tiene dos «hermanas», Grace y Desdémona). ¿También podrá casarse? ¿Deberá pagar impuestos? ¿Podrá adquirir bienes a su nombre y tener su propio pasaporte?

Todas estas son inquietudes sin respuestas definitivas aún, pero eventualmente tendrá que haberlas, porque la tecnología sigue transformando la sociedad a pasos agigantados y el Derecho no puede quedarse atrás.

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Si te interesa la singularidad tecnológica, en nuestro artículo AGI: el próximo paso de la Inteligencia Artificial encontrarás más información.